Crecí bajo su luz.
Caminando el calmo arroyo,
de colores y de sombras
de las historias familiares.
Que fueron su única herencia
de niña desvalida.
Bajo el sol que era su voz,
fui cóndor o aguilucho.
Nada había tan claro
como el cielo de sus
cuentos y leyendas,
traídas de lugares tan lejanos,
que mis ojos resplandecían
de visiones y distancias.
Hoy escuche su voz como si me hablara al oído.
Hoy sentí junto a mi almohada su presencia.
El ritmo desparejo de su paso,
y el aroma de canela y caramelo,
y el peso de su melancólica mirada.
Hay momentos,
en los que la memoria hace sus juegos.
Hoy,
Ángela esta tan lejos,
como nadie puede estarlo
en este mundo de magias y desgracias.
Néstor Telis
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