Hay quienes llevan las alturas
de formas escarpadas entre sus huesos,
como un dolor de amor o de
agonía.
Llevan en sí, el aire tenue y frío,
y la piedra encendida, casi incandescente, luminosa en la nieve.
Llevan en sí, un duro amor.
Amor de piedra, amor de sogas y metales, amor de escalas.
Amor por lo desmedido, por lo monstruoso.
Duro amor de andinista.
Y acaso la soledad, la sangre compartida con el
Cóndor,
las losas eminentes y el cielo azul, tan azul que lastima, invitan al descuido.
Pues hay quien queda durmiendo en la montaña
el duro sueño de hielo, entre repliegues de roca,
viento y nieve.
Francisco Izarraguirre
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