Ardían estrellas en el cielo diurno.
Millares de carbones encendidos caían anegando la mañana.
Gritaba la montaña herida,como si tuviera la garganta de puro metal fundido.
Como si tuviera una lengua de calcinante roca fluida.
Se encabritaba como una bestia colosal.
Se levantaba y se movía todo el monte, como por propia voluntad,
herido a fondo y sin remedio.Lacerado por un puñal de fuego mítico.
Tan fatal y vertiginosa fue la carga,que derramó su magma, su sangre de roca viva,
en una lenta y continua expulsión de lava.Mas tarde solo sería piedra quieta,
amortajada por las cenizas.Todo fue muy rápido.
Vi el fulgor de ese invierno en la montaña, lo vi,
de pronto cuando apareció la serranía con su manto de pasto verde, duro y ralo,
cubierto por una miríada de filigranas entre amarillas, grises y blancas.
Vi tal vez entonces la última erupción, desvanecida por los años y ya olvidada,
de esta colina que hoy calla y dormita como una fiera apocalíptica, pero vencida.
Francisco Izarraguirre
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