Lágrimas*

Canal de Venecia.

Como siempre, desde su domestico puesto, Ángela
presentaba batalla al frío, al hambre y a la inquietud.
La noche de invierno había llegado temprano, con su gélido
aliento cargado de presagios.
Escuché los sollozos sofocados por la pena misma,
había dejado la cocina.
Tal vez algún sentido mas allá de los sentidos,
la había puesto sobre aviso.
Cuando llegué, mas remiso que alarmado,
vi que, suavemente, le acariciaba los pies regados por sus lágrimas,
ya no tenía fuerzas para contenerlo en su regazo,
como cuando era un niño mimoso, de piel tersa,
que buscaba el alimento a la vez que el consuelo.
Su falda, sería muy estrecha para contener al hombre.
Sus brazos, demasiado débiles para soportar el peso del cuerpo exangüe.
Le acerqué un pañuelo para que se enjugara el rostro,
ajado y anegado por sus lágrimas.
Su rostro, su anciano rostro, mas avejentado todavía
a causa del dolor, era hermoso aún arrasado por el llanto. 
Evocaba aquella hermosa ciudad inundada por el agua salobre,
era una pequeña Venecia hecha de carne y hueso,
de ojos glaucos, que aportan la abundante humedad
a esta pequeña Venecia, inundada y cubierta de nubes
hecha de cabellos vaporosos, del color de la espuma.
Sus ropas de mujer, despedían un aroma de cocina,
bizcochuelo y dulces, cacao y pan recién horneado.
Seguramente, para su espíritu, anegado por la inquietud
este hombre muerto era, al mismo tiempo, aquel niño
al que amantó hace tantísimos años, cuando ella también
era poco mas que un retoño, criando sus propios hijos.

 Néstor Telis


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