Medusa



Mirar sus profundos negros ojos ejerce un fatal hechizo  
que petrifica cada músculo, cada hueso y cada una de las gotas de tu sangre.
Mirar sus ojos es devenir estatua, materia inerte, sin vida.
Sólo es lícito mirar su terrible rostro cuando ella misma es piedra,
sólo es lícito mirar su semblante en el frontón del templo de Corfú.
Desde antiguo, se deslizaba raudamente por las pesadillas:
un borrón, una mancha gris sobre gris,
de escamas sulfurosas, de garras afiladas y de alas negras,
que se filtra por entre las grietas que el miedo teje,
tal como lo haría una araña infatigable, aún en el valeroso y decidido.
Su cabeza amputada sigue mineralizando la carne desprevenida,
es aún fatal mirar los ciegos ojos, 
encandilarse con la laxitud de sus serpientes.
Pero, por mis sueños se me muestran otras cosas, 
visiones donde acuden destellos de una espada de oro
y donde en un fulgor glauco, con un rumor de alas amplias, 
más amplias que las poderosas alas de las águilas,
salta hacia las nubes un furioso semental, blanco y alado.


Francisco Izarraguirre

                                                                          
Imagen: Testa di Medusa, Michelangelo Merisi da Caravaggio                              Enlace a Caravaggio
                                                                                                                         
* En la versión para celulares, tal vez, debamos acostar el teléfono para conservar la métrica correcta.

1 comentario:

  1. Me mantuvo rígido en mi silla hasta el final.
    Un buen poema también puede petrificar. D.M.

    ResponderEliminar